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Los noticieros: La otra pandemia

Por Juan Pablo Proal

No es un secreto que los noticieros, el periodismo y los periodistas han perdido credibilidad e influencia entre la ciudadanía. “Yo no veo noticias” es uno de los grandes mantras de la actualidad. Muchas personas asocian estos contenidos con amarillismo, angustia, alarma, poca relevancia. Y, en la mayoría de los casos, no están exentos de razón. Sintonizar un noticiero, más en tiempos de Covid-19, es poner en amenaza tu sistema nervioso.

Durante los meses del confinamiento, el contenido primordial que ofrecen los noticieros es más o menos el mismo. Escenas de hospitales abarrotados, convalecientes en listas de espera para ser atendidos, declaraciones de autoridades sobre el color de un semáforo, o anécdotas sobre si tal o cual funcionario no usó cubrebocas. En todas ellas vemos al titular del noticiero con su característico tono alarmista y preocupado, como si ese gesto lo dotase de mayor autoridad y profesionalismo.

Los noticieros se ciñen a ciertos arcaicos manuales periodísticos -escritos, claro está, por otros periodistas de otras épocas- que insisten en que la labor del periodista es meramente informativa. Y con ello, justifican su desempeño monótono, amarillista y falto de creatividad: Si no hay camas y el semáforo es rojo, pues es lo que tenemos que informar durante 30 ó 60 minutos.

Por eso los ciudadanos huyen de sus contenidos. Porque saben que se enfrentarán ante una ola de imágenes que no le vienen bien a su desempeño cotidiano; por el contrario, aumentan su estrés. Y por eso los canales de Youtube y la información “alternativa” cada día cobra más relevancia. Porque las personas prefieren investigar cómo pueden fortalecer su sistema inmune, o escuchar una teoría conspirativa que trate de responder sus preguntas sobre el origen de la pandemia, o a un coach de negocios que les explique cómo vender más en estos tiempos o cuidar su economía personal.

Muchos contenidos que existen en internet carecen de rigor científico o incluso son meras invenciones o mentiras, pero eso no detiene al consumidor de información, por el contrario, estos recursos se difunden aún con más rapidez. Hacemos eco de lo que queremos oír.

Por eso resulta urgente, apremiante, que los noticieros se den la oportunidad de cuestionar sus rutinas, sus vicios, sus costumbres. ¿Acaso no nos gustaría escuchar un noticiero que, con todo rigor y seriedad, investigue los orígenes de la pandemia? ¿O cómo va al alza el control y la vigilancia total de la ciudadanía? O que simplemente explique cómo podemos reforzar nuestro sistema inmune, que documente todos los esfuerzos de científicos por encontrar medicamentos o suplementos que ayuden a abatir el virus, que hable de recursos tecnológicos y financieros para hacer frente a la economía. Que nos brinde tranquilidad, soluciones, esperanza, en vez de una ametralladora de estrés, angustia y muerte.

No hablo de ocultar la verdad sobre el confinamiento de hospitales o de la necesidad de permanecer en casa; lo que digo es que no pueden ser los contenidos únicos, predominantes. Si el periodismo quiere recobrar su peso social, debería empezar a escuchar más el ánimo de la ciudadanía, y saber leer los tiempos que corren.

Nadie, salvo esos masoquistas que siempre quieren hablar de lo mal que va todo, tiene ánimos de escuchar tres veces al día que el mundo se va al carajo. Cualquier persona con un mínimo de ganas de vivir está necesitada de esperanza, de amor, de un rayo de sol. Y si el periodismo no es capaz de dárselo, buscarán en cualquier otro rincón digital. Para bien y para mal de todos.

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